Los cuatro asedios de Badajoz (1811-1812)

El asedio francés de 1811

El 26 de enero de 1811 el ejército francés bajo el mando del Mariscal Soult llegó ante la vista de Badajoz por los caminos de La Albuera y Olivenza. Se hicieron tres ataques a partir del día 28:

–> Derecha.- desde San Miguel

–> Centro.- A partir del Calamón en el camino de Valverde

–> Izquierda.- desde el Cerro del Viento

Días después los ataques del centro y la izquierda se unirían en uno sólo, que sería también el definitivo, pues el de la derecha fue finalmente abandonado. Los defensores, mientras tanto, a la vista de los acontecimientos, reforzaron la comunicación con el fortín de la Picuriña y construyeron baterías de defensa adicionales tanto en el revellín de la Trinidad, como en la cortina entre los baluartes de San Juan y San Roque, para defender el fuerte de Pardaleras, donde además se efectuaron otras obras de defensa.

Los defensores realizaron también las denominadas salidas, para sorprender y desbaratar las obras de asedio e intentar clavar las piezas de artillería. La primera que tuvo algún éxito fue la tercera, realizada el 31 de enero contra el Cerro del Viento. Hay que tener en cuenta que estas salidas conseguían como mucho entorpecer y ralentizar el avance de las obras de asedio, pero en ningún caso lo detenían más que por unas pocas horas.

Dos de los elementos que sí obstaculizaron el progreso del asedio fueron, por un lado, las malas condiciones meteorológicas de aquellos días, con abundantes y fuertes aguaceros –hay que tener en cuenta que el asedio se comenzó en mitad del invierno– que inundaban las trincheras y las convertían en puro barro, obligando a rehacerlas constantemente, con el consecuente sobreesfuerzo de los trabajadores. Por otra parte, la falta de recursos y aprovisionamiento de víveres añadían una nueva dificultad a los trabajo.

Poco a poco los sitiadores, durante la primera semana, consiguieron asegurar su posición a unos 1.000 metros de la muralla y comenzar a poner en servicio las primeras baterías artilleras, así como las de morteros. Se fue descubriendo el objetivo de los imperiales, que no era otro que el Fuerte de Pardaleras.

Mientras tanto, el día 6 de febrero llegó a la ciudad el ejército de socorro del general Mendizábal, de unos 12.000 hombres que, aunque entró en la ciudad, hubo de establecerse finalmente en las alturas de Santa Engracia, molestados por las baterías francesas. La noche del 11 de febrero, los franceses, tras bombardear Pardaleras, estaban en disposición de asaltarla.

asi 500 hombres, entre granaderos, tiradores y zapadores se lanzaron a su conquista que consiguieron gracias a un golpe de suerte tras equivocar el camino. Tras su conquista, aquella misma noche se atrincheró la gola del fuerte, para resistir cualquier posible contraataque, que no llegó a producirse. Pero el fuego defensor fue tan intenso, que tampoco los franceses pudieron utilizar cómodamente el fuerte, utilizándolo como apoyo para continuar con el progreso de las trincheras. Efectivamente, los franceses, tras la toma de Pardaleras, disfrutaban de terreno “libre” para acercarse hacia la plaza con la segunda paralela, construyendo nuevas baterías para atacar Santiago y San Juan, el objetivo cada vez más claro de los atacantes.

La finalidad última era poder llegar a la media luna situada entre ambos baluartes para establecer allí la verdadera batería de brecha, encargada de abrir una brecha en la cortina entre ambos baluartes.

Pero antes de ello tuvo lugar la batalla de Santa Engracia o del Gévora, como aparece en el Arco del Triunfo de París junto a los nombres de Badajoz y Medellín; esta batalla tiene en los autores españoles los calificativos de “desgraciada acción”, “jornada funesta” o incluso “atroz desastre”. No vamos a entrar aquí a explicar el desarrollo de la batalla. Muy esquemáticamente, diremos que los franceses cruzan el Guadiana por la noche y en un movimiento envolvente, sorprenden a los españoles, que tan solo tienen tiempo de formar apresuradamente cuadros de defensa, muy útiles ante un ataque de caballería, pero totalmente ineficaces ante la acción combinada de artillería, infantería y caballería. Finalmente, las tropas españolas se desperdigan por las poblaciones portuguesas cercanas o huyen a Badajoz, con una pérdida enorme de hombres, armas y pertrechos Poco a poco, siempre trabajando de noche para evitar los fuegos defensivos de la plaza, las trincheras y baterías francesas fueron tomando forma en las cercanías de los baluartes de Santiago y San Juan, estableciéndose dos baterías a ambos lados del fuerte de Pardaleras.

La guarnición no cesó de efectuar salidas, normalmente con escaso éxito, aunque en ocasiones ponían en verdaderos aprietos a los sitiadores. Y fue en una de estas salidas cuando un inesperado y casi definitivo revés golpeó de nuevo a los defensores. La muerte de Menacho supuso un fuerte golpe principalmente a la moral de la guarnición defensora de Badajoz. En palabras de Lamare: “Menacho, desde que empezó el sitio se mostró digno, por una actividad y una obstinación heroicas, de seguir las huellas de los más célebres gobernadores que recuerda la historia.”

Mientras tanto, los franceses estaban ya tan cerca de los muros que pudieron establecer una primera batería de brecha, denominada Napoleón, con seis piezas de 24 libras de calibre (lanzan bolas de unos 11 kilos de peso en cada disparo). A los españoles no les quedaba otra alternativa que seguir disparando todo tipo de proyectiles contra las baterías e intentar limpiar de escombros el pie de las murallas para impedir que la brecha fuera practicable. Como prueba de la intensidad de los combates, Lamare apunta el dato de que algunos días, el total de disparos por ambos bandos, contando únicamente la artillería, es decir, sin los fuegos de fusilería, llegó a los 4.000 proyectiles de todos los tipos y calibres, lo que hace un disparo cada pocos segundos.

Finalmente, el día 10 de marzo, la cortina de la muralla entre los baluartes de Santiago y San Juan presentaba una brecha practicable de unos 25 a 30 metros de longitud, que fue además agrandada a lo largo de ese día. El asalto de las tropas de élite era inminente. Incluso el mariscal Soult lo fijó para las cuatro de la tarde de ese día, y las tropas francesas comenzaron a prepararse y a disponerse en el orden de ataque, pero antes Soult hizo llegar al gobernador Imaz, que había sustituido a Menacho, una última propuesta de rendición de la plaza. El gobernador Imaz convocó una reunión con los altos mandos de los diferentes regimientos y armas presentes en la plaza y les expuso los términos de la propuesta. Hubo dos posturas radicalmente enfrentadas en aquella reunión. Por un lado se encontraban los que opinaban que la guarnición y la población civil ya habían realizado todo lo que estaba en su mano para defender la ciudad, y que la gran brecha abierta en la muralla hacía imposible una defensa adecuada.

En el otro bando se encontraban las posturas que opinaban que aún se podía sostener la defensa de la plaza, confiando en la pronta llegada de auxilios, y que la guarnición no debía rendirse sin probar, al menos, a defender un intento de asalto. Finalmente, y contra la opinión del propio Imaz, el resultado de la votación fue claro a favor de la postura de la rendición, y con tal finalidad se comisionó al brigadier Rafael Horé para negociar las cláusulas de la entrega de la plaza. Definitivamente, a las 8 y media de la tarde se firmó la capitulación de Badajoz.

II. Primer asedio aliado. Abril-mayo de 1811.

Toda la plaza se puso bajo el mando del general Armand Philippon. El coronel Lamare asumió la dirección de las fortificaciones. Las tropas imperiales encontraron un Badajoz bien surtido de municiones y armamento de diversos calibres, con hasta 170 piezas artilleras Desde el primer momento, se comenzó a destruir los trabajos realizados durante las obras del sitio,
por parte de los mismos trabajadores de ingenieros e infantería que las habían ejecutado. La brecha de la muralla se cerró y las trincheras, aproches y baterías fueron arruinadas, para impedir su hipotética reutilización por el ejército combinado hispano-luso-británico.

Afortunadamente para la guarnición francesa, el despliegue del ejército aliado para efectuar un nuevo asedio a Badajoz, bajo el mando en esta ocasión del general Beresford, distó mucho de ser modélico. Hubo de construirse un puente de barcas en Juromenha (el de Badajoz y el de Mérida estaban en poder francés). El día 30 de marzo se comenzaron las obras del puente y el 3 de abril estaba terminado, pero esa misma noche el río Guadiana experimentó una fuerte crecida que inutilizó el puente. Hasta el día 5 no pudieron comenzar a pasar las tropas a la otra orilla del río, operación que concluyó penosamente dos días más tarde.  Además, para facilitar más las cosas a la guarnición francesa de Badajoz, las tropas británicas se detuvieron aún ocho días asediando la plaza de Olivenza.

En teoría, el sector suroeste de la fortificación (los baluartes de San Vicente, San José y Santiago) debía ser el más accesible para los aliados para realizar un asedio, por ser el más expuesto, como ya habían demostrado los propios franceses. Además, la falta de tiempo había impedido a la nueva guarnición de la ciudad reforzar convenientemente esta zona. Por tanto, y con el objetivo de paliar esas deficiencias, Lamare, como director de las fortificaciones de la ciudad, ordenó excavar tres galerías de minas a partir de la contraescarpa de la muralla en ese sector y en dirección al glacis, desde las que, a su vez, partirían ramales donde se colocaron potentes minas. Los anglo-portugueses no se atrevieron a atacar la plaza por este lado, pues la situación exacta de las minas era desconocida para los sitiadores y, por tanto, se hubiera convertido en un motivo continuo de inquietud. Además se construyeron pozos de minas en los tres baluartes señalados, para volarlos si la guarnición se veía obligada a abandonarlos precipitadamente.

Así pues, Beresford, se encontró con una fortificación más perfeccionada y reforzada de lo que esperaba y tuvo que optar por atacar la ciudad principalmente desde la orilla derecha del Guadiana, dirigiendo sus ataques contra el fuerte de San Cristóbal y la Alcazaba. Como Wellington era consciente de que Soult, en cuanto tuviera noticias del comienzo del asedio, se pondría en marcha desde Sevilla para auxiliar a Phillipon, autorizó a Beresford salir a su encuentro, sugiriendo un lugar adecuado para el posible enfrentamiento: La Albuera.

Aunque las operaciones del sitio comenzaron el día 25 de abril, las fuertes lluvias y una nueva crecida del Guadiana impidieron que hasta la noche del 8 de mayo se comenzaran a excavar las trincheras, en tres sectores completamente diferentes de la fortaleza. El 11 de mayo las baterías aliadas abrieron fuego contra sus objetivos principales: San Cristóbal, la Alcazaba, la Picuriña. Poco después entro en servicio una nueva batería dirigida hacia el sector oeste de la ciudad y el fortín de la Cabeza del Puente. Pero las piezas artilleras que tenían no les
inspiraban confianza ni a ellos mismos: había cañones británicos conformes a las ordenanzas –y por tanto con la munición reglamentaria– junto con piezas de origen portugués, de calibres no reglamentarios, procedentes de diferentes fortalezas y castillos de la zona, algunas piezas incluso del siglo XVII.

Sólo un par de días después, cuando 1.500 hombres habían comenzado a excavar una paralela desde el camino de Talavera hasta el Guadiana, se recibieron las esperadas noticias de la llegada de Soult a Llerena. Beresford ordenó inmediatamente el levantamiento del sitio y dio instrucciones para transportar todo el tren de asedio, incluyendo los pertrechos y artillería, hasta Elvas, destruyendo todo lo que no se pudiese llevar, antes de ponerse en camino hacia La Albuera para salir al encuentro de Soult, donde tuvo lugar la batalla del mismo nombre el 16 de mayo de 1811.

Mientras a unos 20 km se desarrollaba una de las grandes batallas de toda la Guerra de la Independencia Española, los franceses de la guarnición de Badajoz se dedicaron a destruir todas las obras de los sitiadores, pues ya no quedaban tropas que oponérseles. Pese a la cercanía a La Albuera, la guarnición no tuvo noticias ciertas sobre los movimientos de las tropas ni sobre la batalla en sí, pese al estruendo de los cañones, pues el viento del noroeste alejó el ruido de las 80 piezas artilleras y 60.000 combatientes.

Terminó de esta forma el segundo de los cuatro asedios a la ciudad de Badajoz, aunque en realidad éste casi no alcanzó dicha categoría. Si bien es verdad que la ciudad llegó a estar bloqueada y, por tanto, sitiada, no hubo un fuego intenso de artillería, ni brechas abiertas en los muros de la fortificación, ni un intento de asalto. Fue más bien una tentativa de asedio, un ensayo general de los dos posteriores asedios aliados.

III. Segundo asedio aliado. Mayo-junio de 1811.

Sin duda se trata del más desconocido de los asedios de Badajoz. Sin embargo, el conocimiento de lo sucedido en éste puede ayudar a explicar muchos de los comportamientos de los soldados británicos tras el de 1812.

Tras La Albuera, aún habrían de pasar cuatro días, hasta el 20 de mayo, para que las tropas británicas aparecieran de nuevo ante las murallas de la ciudad. En este tiempo, las tropas de la guarnición no habían cesado de trabajar para, por un lado, deshacer las obras del asedio precedente y, por otro, colocar a la plaza en el mejor estado de defensa posible. Todas las paralelas excavadas en el sitio anterior estaban rellenas y todas las obras de asedio habían sido deshechas y destruidas completamente, por lo que los aliados tendrían que comenzar de nuevo todo el cerco.

En esta ocasión, lo dirigiría Wellington en persona, que contaba con un plazo incierto, pero escaso, para la toma de la ciudad. A las tropas de socorro de Soult se añadirían además las tropas de Drouet y de Marmont. Wellington además tenía el problema de la deficiente dotación de su ejército en armas pesadas y de la inexperiencia de sus ingenieros militares, pues ésta era prácticamente la primera vez que emprendían un asedio más allá de un simple bloqueo. Debido al poco tiempo disponible, hubo que adaptarse al único plan que podría garantizar tomar la plaza en poco tiempo: atacar el fuerte de San Cristóbal y la alcazaba musulmana. Si las tropas británicas conseguían hacerse con ésta última, la ciudad caería en su poder. Para ello, los esfuerzos debían centrarse en primer lugar en tomar el fuerte de San Cristóbal, desde donde se podía batir con la artillería directamente el interior de la alcazaba –y, en realidad, toda la ciudad–. Los cálculos de Wellington indicaban que desde el fuerte de San Cristóbal no llevaría más de cuatro días conseguir hacer una brecha practicable para la infantería en los muros de la alcazaba, debido a que las murallas en ese sector no habían sido modernizadas, ya que se asumía que un ataque desde esa zona, con el río Guadiana por medio, era prácticamente imposible

Pero el fuerte de San Cristóbal no iba a ser un objetivo fácil para Wellington. En realidad, sólo había un punto desde el que poder disparar contra él con ciertas garantías, una colina inmediata al fuerte, en dirección norte. Y allí decidió emplazar Wellington sus baterías (al año siguiente habría allí una luneta para impedirlo).

La noche del 31 de mayo, en el terreno entre el Guadiana y el camino de Talavera se comenzó una paralela de 800 metros de longitud comunicada por detrás hacia los campamentos con una trinchera en zigzag, que estaba prácticamente acabada la mañana siguiente. En cuanto al sector del fuerte de San Cristóbal, se construyeron hasta tres baterías. En este sector el trabajo de zapa fue aún más penoso, si cabe. La capa de tierra por encima de la roca se reducía a unos pocos centímetros. Desde que Beresford abandonara el asedio previo, Philippon había
ordenado a sus hombres retirar toda la capa de tierra posible de este sector, para dificultar las futuras excavaciones de los británicos, labor que llevaron a cabo de una forma tan eficiente que, en alguno lugares, los ingenieros británicos se vieron obligados a utilizar incluso barriles de pólvora para excavar la roca en las baterías.

Los británicos, para protegerse en estas condiciones, se vieron obligados a utilizar además gaviones, fajinas y sacos rellenos de lana. Phillipon ordenó además construir atrincheramientos por detrás de los muros de la Alcazaba, para prevenir la posible escalada.

El día 3 de junio, a las 10 de la mañana, todas las baterías comenzaron a disparar contra sus objetivos.  Teniendo en cuenta que los artilleros de Wellington no eran de los más experimentados, es fácil deducir que sus proyectiles llegaban a casi todo el interior de la ciudad, matando a numerosos civiles con sus disparos errados. Pronto se dieron cuenta los británicos de que sus baterías situadas frente a la alcazaba estaban colocadas demasiado lejos de sus objetivos, por lo que los disparos de los cañones no tenían demasiada puntería ni, por tanto, efectividad. Así pues, mediante un ramal a la derecha de la paralela construyeron una nueva batería de brecha, la m, más cercana la plaza que las demás de este sector, equipándose con siete grandes cañones de 24 libras.

En San Cristóbal sí había resultados visibles del cañoneo incesante: dos brechas. Phillipon ordenó preparar los fosos del fuerte ante el inminente ataque: se limpió de escombros, se llenaron los fosos de todos los estorbos imaginables: caballos de frisa, carros volcados unos sobre otros, empalizadas, cañones de metralla apuntando al foso, bombas en los muros del fuerte, tres fusiles cargados para cada defensor…

El primer intento de asalto tuvo lugar la noche del 6 al 7 de junio con luna llena (un gran error). El pelotón de asalto (Forlorn Hope) lo componían 25 hombres todos voluntarios. Al menos la mitad moría en los primeros momentos del asalto, pero significaba la promoción automática para cualquier oficial que regresara con vida de la brecha y los soldados también podían esperar recompensas adecuadas.

Detrás iba la partida de asalto, unos 180 hombres. Fue un auténtico fracaso, pues al final, después de llegar a la brecha con todos los impedimentos… las escalas eran demasiado cortas. Retirada general. Resultado: un francés muerto por cerca de 40 aliados.

Wellington sabía que tenía pocos días para intentar tomar la plaza. Así que lo volvió a intentar tres días después en el mismo lugar (no en la Alcazaba, donde le esperaban los franceses, que creían que San Cristóbal era una mera distracción). A las 10 de la noche del domingo 9 de junio tuvo lugar el segundo intento, con el alférez Dyas encabezando por segunda vez el Forlorn Hope (algo inaudito hasta entonces). Tenías las escalas más largas… pero los franceses habían limpiado mejor los fosos, así que de nuevo eran las escalas demasiado cortas.

Ni un sólo soldado aliado había logrado poner el pie en el interior del fuerte en ninguno de los dos intentos de asalto. Y el parte de bajas final también era muy desigual en ambos bandos. 2 heridos franceses por cerca de unos 40 muertos y casi 150 heridos aliados. Dyas sobrevivió de nuevo a este intento.

Ante su segundo revés en cuatro días, así como las pocas expectativas que tenía de tomar Badajoz –o, al menos, el fuerte de San Cristóbal–, y atisbando la inmediata llegada de los ejércitos de Marmont y Soult en socorro de la plaza, Wellington tuvo que admitir el fracaso de su plan. El 12 de junio se comenzó a desmontar todas las baterías de asedio, procediéndose a su transporte hacia la vecina Elvas. Todo lo que no pudo ser trasladado fue destruido, para evitar que cayera en manos francesas. Las tropas, con sus pertrechos y provisiones, lentamente se retiraron por el camino de Olivenza y pasaron el Guadiana por el puente de barcas construido anteriormente en Juromenha, que también fue desmontado a continuación. Por fin, el día 20 hacían su entrada triunfal en Badajoz, al mando de sus respectivos ejércitos, los dos mariscales franceses: Marmont, duque de Ragusa, y Soult, duque de Dalmacia.

Así terminó este tercer asedio, que dejó a los británicos con muchas ganas de venganza, como se mostraría al año siguiente.

IV. Tercer asedio aliado. Marzo-abril de 1812.

Los franceses se ocuparon febrilmente por mejorar las fortificaciones de Badajoz, sabedores de que tarde o temprano, el ejército británico volvería. Para ello mejoraron las fortificaciones de prácticamente todo el recinto de la plaza, incluyendo un muro nuevo en la alcazaba y unas cañoneras más elevadas. Pero Philippon no se ocupó únicamente de los asuntos militares, sino que ejerció como un auténtico gobernador civil y militar en la ciudad.

El año de 1812 comenzó con el asedio y toma de Ciudad Rodrigo por parte de las tropas de Wellington, facilitada por la partida de numerosos efectivos franceses para integrarse en el gran ejército que se dirigía hacia Rusia. Una circunstancia que se produjo por primera vez en esta acción de Ciudad Rodrigo por parte del ejército aliado anglo-portugués fue el saqueo de la ciudad tras el asalto, que no tuvo, sin embargo, la magnitud ni la crueldad de lo sucedido posteriormente en Badajoz.

Tras tomar Ciudad Rodrigo, el ejército británico se movió al sur con el mayor de los sigilos y, tras pasar el Guadiana el 16 de marzo por un puente de pontones, tomó posiciones en torno a la ciudad. Ahora, con más tiempo, el ataque se dirigió no hacia San Cristóbal, sino al sector suroeste, más desprotegido y sin minas. Los franceses habían levantado además la luneta o media luna de Werlé que obligaría a situar las baterías de asedio en un emplazamiento aún más lejano, con la consiguiente pérdida de efectividad en los ataques artilleros contra las posiciones francesas

A partir del 17 de marzo se inició la excavación de trincheras alrededor de La Picuriña, el primer objetivo. Al día siguiente ya había dos baterías dirigidas hacia el fuerte. Poco después se realizó la mayor salida efectuada por los defensores, que consiguió robar muchas herramientas de zapa, de las que no andaban sobrados los británicos. Además, colocaron nuevas piezas artilleras y derribaron casas en la línea de defensa.

Sin embargo en los días siguientes los aliados consiguieron establecer cuatro nuevas baterías frente a los baluartes de la Trinidad, de San Pedro y frente a la Alcazaba. El 25 de marzo por la noche se produjo el asalto y toma de la Picuriña, con los mismos errores de anteriores ocasiones, como la cortedad de las escalas.

Rápidamente se abrieron trincheras y ramales para comunicar el fuerte y construir la auténtica batería de brecha, armada con 15 cañones de 24, que comenzó a disparar el día 31 de marzo. Se cifra en 4.000 los cañonazos que se dispararon por ambos bandos ¡sólo en ese día! Toda la potencia destructiva de la artillería británica se aplicaba al objetivo de abrir las brechas y hacerlas practicables, es decir, que los soldados pudieran subir con armas y pertrechos a través de la rampa creada por los escombros que caían del muro hacia el foso.

Algunos de los artificios preparados por Lamare, como responsable francés de las fortificaciones, incluyeron atrincheramientos, cortaduras en las calles… incluso la inundación del foso, que no lograron volar los británicos. El 3 abril Phillipon con el consejo de defensa decidieron sostener el inminente asalto británico, lo que puede compararse con la postura española del año anterior.

Pese a que el día 5 había ya dos brechas practicables se decidió realizar otra más en la cortina, lo que dio aún más tiempo a los franceses para preparar el terreno. Incluso se dispuso, una barca en la inundación para que desde allí un pelotón pudiera disparar a los soldados que intentaran acceder a la brecha de ese baluarte. Es en este momento cuando se hacen los mayores reproches a Wellington. Se olvidó de destruir la contraescarpa y no exigió la rendición de la plaza, como exigían las “reglas de la Guerra”. Se evitaban inútiles derramamientos de sangre y se ofrecía una rendición en términos honorables para los defensores. Si una guarnición se negaba a dicha rendición, renunciaba igualmente a cualquier posibilidad de clemencia en caso de ser derrotados. Se trataba de una forma de economizar recursos, principalmente humanos, por ambos bandos y de ofrecer una salida digna a los defensores, de acuerdo con la concepción del honor militar imperante en la época.

Los historiadores franceses atribuyen esta postura de Wellington al orgullo herido por los asedios fallidos del año anterior. Así pues, las tropas de Wellington se vieron forzadas a intentar tomar al asalto una fortificación que, a pesar de las tres brechas practicables, se encontraba en un más que razonable estado de defensa. El plan es que hubiera varias tentativas de distracción. La 3ª división atacaría la Alcazaba, mientras la 5ª División con los generales Leight y Walker haría lo mismo con Pardaleras y San Vicente. Las brechas serían territorio de la 4ª División de Colville y de la División Ligera de Barnard, que tras escalar las brechas intentarían abrir las puertas de la Trinidad y el Pilar, respectivamente.

Y así comenzó el asalto. Pese a lo que pudiera parecer había hasta público en las colinas de los alrededores, que contemplaron una auténtica carnicería. Según algunas fuentes se produjeron hasta 40 intentos de acercarse a las brechas, y sólo un soldado consiguió entrar en las brechas, para quedar ensartado en un caballo de Frisa. Wellington incluso llegó a dar la orden de retirada ante la evidencia del desastre y la magnitud de las pérdidas, cuando le llegaron noticias de los progresos de la 3ª División de Picton en la alcazaba y de Walker en el baluarte de San Vicente.

Phillipon se retiró con su Estado Mayor al fuerte de San Cristóbal para rendirse finalmente durante la madrugada. Las bajas francesas fueron de 1.500 entre muertos y heridos, con casi 3.500 prisioneros. Los franceses fueron relativamente bien tratados, pero los españoles bonapartistas fueron fusilados poco después. Las bajas británicas y portuguesas fueron mayores. Unos 3.500 entre muertos y heridos aquella noche.

Así acabó el cuarto asedio a Badajoz, que tuvo su cruel epílogo en el intenso y violento saqueo a que fue sometida la ciudad por parte de los soldados británicos. Un solo testimonio nos sirve para hacernos una idea: “Las tiendas eran saqueadas primero por un grupo, que las despojaban de sus artículos más valiosos, después por otro grupo, que se tenían por ricos al poseer lo que habían rechazado sus predecesores, después por otro grupo y aún por otro, hasta que desaparecía cualquier vestigio. […] Cada insulto, cada infamia con que la invención humana haya torturado fue puesta en práctica. Ni la vejez ni la juventud fue respetada, y quizás ni una sola casa ni una sola mujer escapó sin daño alguno. Pero la guerra es una terrible maquinaria que, una vez puesta en marcha, es imposible calcular cuándo o dónde parará.” Además, prácticamente todos los testimonios apuntan a la presencia de civiles españoles y portugueses en el pillaje: “Aquellos rufianes, principalmente españoles o portugueses, de ninguna forma relacionados con nuestro ejército, eran infinitamente más peligrosos que nuestros camaradas, siendo éstos malos”

Poco a poco, y tras dos días de saqueo sistemático a la ciudad, los soldados británicos participantes en los hechos fueron retirándose hacia sus campamentos, no tanto por haberse restablecido el orden en la ciudad como por puro cansancio tras dos jornadas de borrachera continua. Con este cruel y devastador epílogo concluyó el cuarto y último asedio a la ciudad de Badajoz durante la Guerra de la Independencia de España, y también el más sangriento y dañino de todos ellos.

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