Prehistoria
Paleolítico y Neolítico
Los primeros habitantes de la Vega del Guadiana tuvieron que refugiarse en las serranías de los alrededores a la llegada de la glaciación de Würm, en el Paleolítico Superior. La ausencia de cuevas o refugios en los cerros de la Muela y de San Cristóbal, y el medio predominantemente llano, obligaron a sus habitantes a ocupar cuevas en las sierras de San Pedro, Monsalud y de Alange. En la fase final de este período de glaciación, los pobladores ocuparon sierras y berrocales que le ofrecían más posibilidades de refugio y protección que la Vega del Guadiana.
En Badajoz hubo algunos ejemplos de arquitectura megalítica en sus alrededores, como lo atestiguan algunas piezas de ajuar halladas, pero que desaparecieron posteriormente. Esto hace suponer la ausencia de habitantes durante todo el Paleolítico Superior en el ámbito de Badajoz.
Edad de Bronce
No fue hasta alrededor del año 3.000 a. C., cuando debido al cambio climático, mucho más liviano y muy parecido al actual, volvió a poblarse la Vega del Guadiana. Las excelentes condiciones para la ganadería y, sobre todo, para la agricultura que ofrecían estas vegas favorecieron la implantación de pequeños poblados, con intención de permanencia, formados por chozas rudimentarias. Algunos de estos poblados se situaron por ejemplo en el Cerro de la Muela, en el Cerro de San Cristóbal, en “Las Crispitas” (al norte del barrio de San Roque), en la Granja Céspedes (junto al Guadiana, al este), en Santa Engracia (al norte, junto al río Gévora) y en Torrequebrada (al sureste). En estos poblados se han hallado piezas de ajuar, como brazaletes y torques, piezas de cerámica, utensilios cotidianos, etc. También se han encontrado construcciones de forma circular que pudieran servir de silos o almacenes de grano.
Bronce Final
La población calcolítica no continuó en el tiempo, quedando despoblada la vega hasta la etapa del Bronce Final (alrededor del 1.500 a.c.), en que volvió a repoblarse, pero con un contexto cultural diferente. Los cerros de la Muela y San Cristóbal volvieron a habitarse, debido sin duda a su excelente situación estratégica, así como el poblado de Santa Engracia.
En la Alcazaba de Badajoz, como en el cerro frontero, donde se alza el fuerte de San Cristóbal, hubo sendos asentamientos pertenecientes al periodo llamado Bronce Final, en tono a 1.300-1.000 a.c. Los restos arqueológicos aparecieron en pasadas excavaciones repartidos por toda la superficie del cerro, aunque sólo en algún punto concreto se reconocieron algunos escasos restos constructivos, a mucha profundidad.
Los restos arqueológicos ofrecen escasos datos para reconstruir cómo sería este poblado. Sólo se puede asegurar que debió tener una notable extensión, pues además de en cerro de la Muela, también se ha constatado su presencia por zonas cercanas del Casco Antiguo.
La Edad de Hierro
El paso del Bronce Final a la Edad del Hierro viene marcado por el inicio de las relaciones con comerciantes del Mediterráneo oriental: fenicios y griegos (período “orientalizante”). Estas relaciones introducirían en la sociedad cambios políticos, culturales, económicos y sobre todo nuevos adelantos tecnológicos, como la cerámica a torno, la metalurgia del hierro, algunas nociones de orfebrería, urbanismo, el alfabeto, etc. En el ámbito de Badajoz, durante esta etapa, tres van a ser los núcleos poblados: los ya consolidados del Cerro de la Muela y del Cerro de San Cristóbal, y el “castro” de Segovia, al noroeste.
El poblado de la Alcazaba, sobre el Cerro de la Muela, muestra los mejores ejemplos de la vida social y cotidiana de la época. Se sabe que el poblado mantuvo elementos de la etapa del Bronce Final con el período orientalizante, por lo que le conectaba a otros poblados de la Vega del Guadiana, como Medellín, y demuestra la pervivencia de este poblado durante los siglos precedentes al período orientalizante.
El área que hoy ocupa la alcazaba estuvo ocupada por un poblado prerromano, culturalmente perteneciente a la IIª Edad del Hierro, entre los siglos VI y III a.C. Su presencia se ha atestiguado en bastantes puntos, a intramuros, pero, seguramente, sus límites rebasaban con mucho los del recinto medieval. Algún autor ha defendido que este poblado estaba amurallado, pero, hasta la fecha, nunca se han encontrado restos de defensa alguna. La población que lo habitaba tenía su necrópolis de incineración en el área de la actual calle Madre de Dios.
Época céltica e ibérica
Formación de los pueblos indígenas. El declive de la cultura “orientalizante” en los poblados de la Vega del Guadiana produjo una serie de cambios sociales que llevaron a los pueblos a crear nuevas vías de comercio e intercambio con los pueblos del interior, en la Meseta, sin abandonar los contactos con las ciudades del sur de la Península. Surgieron así varios pueblos con características propias, que empezaron a poblar el territorio.
Túrdulos, turdetanos, célticos, lusitanos y vetones. Las fronteras de los territorios que ocupaban cada pueblo no están nada claras, aunque se puede establecer esta división:
- Túrdulos y turdetanos: Sur del río Guadiana y la mitad este de la actual provincia de Badajoz. Estaban emparentados con las monarquías íberas, y probablemente poseían un marcado
carácter tribal. - Célticos: Sur del río Guadiana y mitad oeste de la provincia de Badajoz, con una organización tribal.
- Lusitanos: Norte del río Guadiana, conocidos por su belicosidad y su caudillaje como forma de gobierno.
- Vetones: Norte del río Guadiana, más alejados, en la mitad oriental de la provincia de Cáceres.
El poblado del Cerro de la Muela. No se dispone de mucho material hallado en Badajoz de la época. El cerro de la Muela está situado en la frontera entre íberos (túrdulos y turdetanos) y célticos, pero con el tiempo, los pueblos célticos y los lusitanos traspasarían la frontera del Guadiana para asentarse en las tierras comprendidas entre éste río y el Guadalquivir, en la zona conocida por los romanos como la Beturia. Es por ello que el poblado prerromano excavado en el Cerro de la Muela, construido con argamasa de tierra y mampostería, presenta edificios de planta circular (propia de los célticos) o rectangular (propia de los íberos).
Época romana y visigoda o tardorromana
Tras los numerosos conflictos que se produjeron durante el siglo I a. C., que enfrentaron a pueblos indígenas y a romanos, incluso entre romanos mismos, siguió un extenso período de paz que favoreció la colonización romana y el desarrollo de ciudades y poblados por toda la región, siempre bajo la influencia de Emérita Augusta. La llegada en el siglo V de los visigodos no cambiaría sustancialmente la situación en la zona.
La conquista romana. Los pueblos indígenas que habitaban la actual Extremadura presentaron gran resistencia al invasor, especialmente los lusitanos. Durante el siglo II a. C. lusitanos y vetones protagonizaron numerosos enfrentamientos contra las legiones romanas, con distinta suerte. En el 147 a. C. surgió un caudillo lusitano, Viriato, que tuvo en jaque al ejército romano hasta su muerte en el 140 a. C. Ya en el 125 a. C. Roma había pacificado y ocupado la región.
La romanización. Roma decidió incorporar en un principio los territorios de la Beturia (tierra entre el Guadiana y el Guadalquivir) y la Lusitania a la Hispania Ulterior. Los pueblos indígenas fueron concentrados en su mayoría en poblados llamados oppidum, mientras otros eran reducidos a la esclavitud, especialmente los lusitanos. Los colonos romanos, procedentes de Italia y otras provincias del imperio, acaparaban los altos cargos de la administración y las tierras más fértiles.
En los primeros años del siglo I a. C., estalló una guerra civil entre los romanos divididos en dos bandos liderados cada uno por Mario y Sila, enfrentamiento que se desarrolló también por la región y que no acabó hasta el 70 a. C., iniciando un proceso de romanización de la zona irreversible. Algunos discuten si ha habido en aquella época un castro fortificado en el cerro de la Muela, pero las excavaciones parecen dejar claro que no.
Fundación de Emérita Augusta. En el año 25 a. C. se fundó la ciudad de Emérita Augusta como asentamiento de los soldados veteranos en las guerras contra cántabros y astures. En adelante, Emérita Augusta se convertiría en la principal ciudad del suroeste peninsular, con una importante actividad cultural, comercial y social. El prolongado período de paz favorecería el florecimiento de poblaciones por toda la región, tanto nuevas como repobladas, dependientes en su mayoría de la capital lusitana. Anteriormente, en el año 27 a. C., la provincia de Hispania Ulterior se dividió en dos: Bética y Lusitania. La zona de la Beturia quedó incluida en la Bética, mientras los territorios al norte y oeste del Guadiana comprendían la Lusitania, cuya capital fue Emérita Augusta.
La época romana. La vida en las villae. Gracias a la pacificación romana de la Lusitania, se ocuparon las tierras llanas de la región, óptimas para las actividades agroganaderas, por medio de las “villae”. Éstas eran explotaciones agroganaderas similares a los cortijos de hoy, que contaban con varios edificios en los que residían un reducido número de familias. Este modelo de explotación tuvo continuidad durante el período visigodo, aunque en menor proporción. En las “villae” se producía todo lo necesario para la subsistencia, además de aperos de
trabajo y utensilios domésticos.
La ocupación romana en el término de Badajoz. Varias de estas “villae” se situaron en las inmediaciones de Badajoz. La más cercana es la de “Las Tomas”, próxima al barrio de San Roque. También en las inmediaciones de la ermita de Nuestra Señora de Bótoa se ha hallado una “villae”, que tendría de nombre “Budua”. A 16 Km al sur de Badajoz está la villa de “La Cocosa”, uno de los mejores ejemplos en Extremadura de estas viviendas rurales.
Pax Augusta. No está claro si en el Cerro de la Muela, o en sus alrededores, existió una “villae” con el nombre de Battalius. Ningún testimonio arqueológico, ni ninguna crónica romana, hace mención explícita de una villa o poblado en este lugar. Sin embargo, sí se han hallado en la ciudad varias aras funerarias romanas, lo que hace suponer la existencia de un cementerio en el lugar. Sea como fuere, cualquier villa o poblado situado en el ámbito de Badajoz hubiera sido muy secundario y tributario de Mérida.
Llegan las invasiones germanas. A principios del siglo V, entrarían en la Península los denominados pueblos germánicos. A la Lusitania llegaron primero los alanos, y posteriormente los suevos y los vándalos. La ocupación se realizó sin enfrentamientos graves, asimilándose la escasa población germánica en el resto, y respetando la situación social y económica establecida.
Dominio visigodo. A finales del siglo V los visigodos se hacen con el poder en la región, aunque sin provocar grandes cambios sociales. Durante la etapa de dominio visigodo, desde principios del siglo VI hasta el 712, Mérida sería un gran foco económico y cultural, capital de la región suroccidental de la Península. Las “villae” romanas tuvieron continuidad en forma de “vicus” visigodas. Sin embargo, las invasiones germánicas provocaron la práctica desaparición de los pequeños terratenientes y la consolidación del poder de los grandes propietarios de tierras o latifundistas.
La caída del reino visigodo. En el 711, un ejército islámico procedente del norte de África desembarca en Tarifa para derrotar al rey visigodo Rodrigo y ocupar la Península. En poco tiempo, los musulmanes se hacen con el control de la práctica totalidad del reino visigodo, debido al desgaste de la monarquía y a las continuas luchas intestinas que sufría. Muchas ciudades no opusieron resistencia al invasor, debido a su hastío de la situación de permanente lucha entre los nobles visigodos. Los musulmanes ofrecieron generosas condiciones a los hispanorromanos y visigodos a cambio de su sometimiento, como el respeto al culto cristiano y a sus propiedades. Durante los tres cuartos siguientes del siglo VIII, Extremadura fue
poblándose de distintas tribus del norte de África, principalmente beréberes.